jueves, 12 de enero de 2017

Alcoholismo, de inmoralidad a enfermedad



El kuhúl como le llamaban los árabes hispanos o el alcohol, como le llamamos hoy en día, es la droga con mayor aceptación en nuestra sociedad. No hay evento socio-familiar en el que falte vino o cerveza para comer y una copa para el postre, haciendo que la velada sea más llevadera si alguna compañía es desagradable, subiendo el nivel de la algarabía si hay confianza entre los comensales y, como todos sabemos, apareciendo perdida de la dignidad cuando excedemos unos límites de alcoholemia que ya no son tolerados por el resto de los reunidos. 
La última cena de los borrachos. Imagen típica de cualquier bar o tasca a partir de ciertas horas.


Baco o Dionisio
Esta escena tan conocidos por todos surgió en el hogar de los hombres hace miles de años, cuando decidimos hacernos sedentarios para poder plantar viñedos, recoger sus frutos y dejarlos fermentar. No solo ha tenido uso recreativo y social, en casi todas las religiones el alcohol es un vínculo con la Divinidad.  Primero en rituales ancestrales que poco a poco fueron evolucionando, creándose en cada religión una divinidad propia para las bebidas espirituosas: Osiris reveló a los egipcios como hacer el vino; Dionisio o Baco fue un dios liberal, con gusto por las fiestas y la embriaguez; y los cristianos convierten el vino en la sangre de Cristo. Por ello el uso del alcohol está tan extendido y forma parte de nuestra cultura, al que muchos no piensan renunciar aunque recientemente la OMS haya recomendado no consumir alcohol, pues se trata de un cancerígeno aunque se tome a dosis moderadas. 


El alcoholismo es un problema de salud pública que nos acompaña desde hace milenios, pero inicialmente se veía más como un problema para el orden público que como un problema de salud. Las primeras medidas que se tomaron fueron de carácter represivo y no curativo, encerrando en la cárcel a los borrachos que armaban lío o cometían algún tipo de delito bajo los efectos de alcohol.  Los que tenían más suerte eran internados en casas de templanza, donde se intentaba reeducar a estas personas “viciosas y corrompidas”. Estos centros empezaron a proliferan en Estados unidos en 1869 y se extendieron por otras zonas geográficas, llegando incluso a abrirse en España. Las curas forzosas en estos centros no solían tener ningún tipo de éxito. 

Los alcohlicos podían ser encarcelados por sus conductas inmorales, pero sin ningún tratamiento rehabilitador.
Los internamientos para los alcohólicos crónicos tenían como primera finalidad conseguir la abstinencia, pero no tenían el desarrollo farmacológico adecuado para evitar el síndrome de abstinencia o el delirium tremens, por lo que la privación de la bebida se iba realizando de manera gradual, añadiendo siempre pequeñas cantidades de alcohol a la dieta del ingresado. También vigilaban constantemente a los sujetos más dependientes o se decantaban por realizar “curas de sueño” con hidrato de cloral u opio. En algunos lugares sustituyeron el uso de alcohol por el de cocaína para eliminar los deseos de consumo en sólo 10 días, creando una nueva dependencia en los pacientes. 




Durante el siglo XIX e inicios del siglo XX se aplicaron diferentes tratamientos “médicos” para combatir la intoxicación aguda por alcohol. Consistían en inyectar amoniaco en pacientes muy intoxicados o en coma, usar sustancias que produjeran el vómito, lavados gástricos, hielo en la cabeza o irrigaciones frías, sangrías locales, inyecciones de estimulantes como café concentrado o alcanfor.  Muchas de estas técnicas eran peligrosas por su toxicidad o por el riesgo de producir aspiraciones respiratorias al hacer vomitar a personas con bajo nivel de conciencia.


Tirando bebidas alcoholicas durante
la Ley Seca en 1920
Las primeras medidas legislativas creadas en España respecto al alcohol aparecen a mediados del siglo XVIII. Se promulgaron leyes que intentaban regular la venta de bebidas alcohólicas (más tarde lo intentarían en EEUU con la “Ley Seca” de 1920). Los intereses económicos de las empresas de bebidas espirituosas consiguieron abolir estas leyes, por lo que nunca fueron medidas prolongadas en el tiempo. Este periodo coincide con la Revolución Industrial, cuando el problema de alcoholismo se disparó, debido al traslado de población rural a la ciudad en malas condiciones socio-económicas. También aparecieron medidas punitivas (castigos o condenas), en las que más que curar o rehabilitar se castigaba al bebedor. En 1933 la Ley de Vagos y Maleantes determinaba que los “ebrios habituales”  debían ser internados en casas de templanza por un periodo de entre 1 y 5 años. Estas recomendaciones perduraron en la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) que añadían otras medidas a parte del internamiento en casas de templanza, como la retirada del carné de conducir, la obligación de vivir en un sitio determinado o la prohibición de visitar lugares de venta de bebidas alcohólicas. No existían recursos asistenciales suficientes para internar a los alcohólicos, ni hacerles un seguimiento terapéutico adecuado.


Hubo que esperar a mediados del siglo XX para que se considerara el alcoholismo una enfermedad y no un problema moral que merecía el desprecio y la exclusión de la sociedad. El primer paso se dio en 1852, cuando el Dr. Magnus Huss publicó “Alcoholismus Chronicus” en el que definía al paciente alcohólico como una persona con dependencia al alcohol y que por ello tenía asociados otros problemas médicos, por lo que necesitaba un tratamiento médico, psicológico y social.  En 1960, Jellinek definió el alcoholismo como una enfermedad y, en los años siguientes, se empezó a diferenciar conceptos como síndrome de dependencia alcohólica, abuso de alcohol y problemas relacionados con el consumo de alcohol.  
Tras los trabajos de Pavlov se pensó que el condicionamiento podría ayudar
a que los alcohólicos se mantuvieran en abstinencia.
La figura del paciente en los últimos 40 años ha evolucionado, cuando finalizó la actitud paternalista por parte de los médicos. El paciente ha dejado de ser un sujeto pasivo, al que se le castiga por beber o se intenta corregir su actitud “inmoral”, pasando a ser un sujeto activo que toma la decisión de querer de dejar de beber. 
Las terapias actuales ya no son las técnicas aversivas con las que más que tratar se castigaba al paciente, sino que están encaminadas a la desintoxicación, deshabituación y rehabilitación del sujeto, para evitar las recaídas. Para ello es fundamental un abordaje multidisciplinar, coordinando recursos de atención primaria (médicos, enfermeros) y especializada (psiquiatra, psicólogo, trabajador social). Hay que motivar (y no obligar) al paciente para ser el motor de su propia curación, pues sin este deseo de mejoría no se consiguen resultados a largo plazo. 

En la proxima entrada hablaremos de los diferentes tratamietnos que se aplicaron en pacientes alcohólicos con mayor o menor efectividad. 

BIBLIOGRAFÍA: La mayor parte de lo expuesto en el tema lo he encontrado en una serie de 4 artículos publicados en "Historia del tratamiento del alcoholismo". Aquí el enlace al pdf donde encontrareis los artículos

2 comentarios:

  1. Ay, ¡soy fan total de tus posts! Sobre todo de éstos, los que abordan la patología desde el punto de vista histórico, ¡me encantan! ^^ Muchas terapias no las conocía, y las que más me han impactado han sido las que utilizan amoníaco, alcanfor y café... para fliparlo, vaya.
    El alcohol ha sido, es y será siempre un problema. Bajo mi (pesimista) punto de vista, es algo muy difícil de tratar y de evitar pese a todas las campañas y la sensibilización. Por no hablar, claro está de las víctimas colaterales: familiares en los que repercute este problema, fallecidos en accidentes de tráfico, bebés con síndrome alcohólico fetal... Y algo que agrava el problema es la legalidad del alcohol, así como la permisividad social que tiene -normalmente el que no bebe es raro o soso; además el beber no está mal visto-, y la facilidad para conseguirlo aunque seas menor de edad. Nosotros como sanitarios tenemos mucho campo aún que recorrer, pero me parece que se necesita mucha más implicación por parte de otros sectores.
    Lo dicho, siempre es un gusto leer tus posts, a mí personalmente me aportan mucho y me ayudan a comprender mejor algunas cosas y cómo la salud mental ha recorrido tanto camino hasta llegar aquí, al día de hoy.

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    1. Ufff, es que hay muchos intereses económicos para que siga habiendo este consumo perjudicial. Pasa un poco como con el tabaco, prevalecen los beneficios económicos a los beneficos en salud, por eso se sigue vendiendo y publicitando ambas sustancias. El tabaco esta mal visto hoy en día, pero el alcohol, como bien dices, esta permitido. La opción de no beber siempre es ridiculizada si no hay una razón de peso detrás (como conducir, estar embarazada...).
      Los tratamientos antiguos para el alcohol también me sorprendieron mucho, por eso estoy buscando info para hacer una entrada más completa sobre ellos.
      Si te gusta el tema, al final de la entrada hay un monografico sobre el tema. El que más me ha gustado es el de "De la adversión a la motivación: cambio de paradigma en el abordaje del alcoholismo".

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