martes, 7 de mayo de 2019

Cómo funciona un hospital psiquiátrico en el siglo XXI


Los hospitales psiquiátricos son lugares donde ingresan personas con un trastorno mental grave, en la que han fracasado los recursos comunitarios para su buena adaptación a su comunidad. 

La Reforma Psiquiátrica de 1985 abogó por el cierre de los manicomios, por lo que muchos de ellos cerraron. La salud mental debía se potenciada la comunidad y potenciar el tratamiento ambulatorio, evitando así los ingresos hospitalarios. La reforma psiquiátrica se topó con una parte de pacientes muy complejos, con una enfermedad crónica muy incapacitante y que no tenían apoyos o recursos sociales suficientes para vivir en su comunidad. Muchos de ellos eran mayores, sin familiares y sin capacidad para cuidarse.

Muchos manicomios continuaron funcionando para asistir a estas personas, pero fueron transformados de manera radical para que no se dedicaran a acoger y aislar de la sociedad a las personas con enfermedad mental, sino que también se les diera un tratamiento adecuado que permitiera tener la mejor vida posible y en algunos casos la vuelta a la sociedad. 

La mejoría de los tratamientos asertivos comunitarios supondrá a la larga minimizar el número de nuevos ingresos en estos centros, siempre y cuando aumenten los recursos en la comunidad.

El paciente es propuesto para ir a un hospital psiquiátrico:

Para que una persona sea ingresada en un hospital psiquiátrico, ha de cumplir los criterios de trastorno mental grave (TMG), que viene definido por los siguientes criterios:

1. Tener un diagnóstico de enfermedad mental grave:
  • Psicosis no orgánica.
  • Trastorno bipolar.
  • Trastorno depresivo grave recurrente.
  • Trastorno obsesivo compulsivo.
  • Algunos casos de trastorno de la personalidad.  
2. Duración de la enfermedad:

No solo importa el diagnóstico, también el tiempo de evolución de la enfermedad, siendo necesario un mínimo de dos años desde el diagnóstico y un empeoramiento los últimos 6 meses, pues al inicio de la enfermedad los síntomas pueden ser importantes pero pueden tener una buena respuesta al tratamiento. 

También en este punto se tiene en cuenta el uso de recursos en la red de Salud Mental que ha utilizado. Las personas con trastorno mental grave han pasado por dispositivos ambulatorios y de estancia media, en los que ha fracasado el tratamiento o tras el alta han vuelto a presentarse los síntomas más invalidantes. 

3. Presencia de discapacidad:

Las personas con un TMG ven muy comprometidas sus capacidades de trabajar , ya sea por pérdida de capacidades cognitivas, como por la dificultad de mantener una rutinas adecuadas y una ausencia de síntomas que le permitan desarrollar con normalidad su trabajo e interactuar con sus compañeros. 
También en este apartado tendremos en cuenta a aquellas personas en edad de formación que no pueden continuar con sus estudios por las dificultades que les produce su enfermedad.

La discapacidad se puede resumir en varias carencias:
  • Necesidad de ayuda y supervisión para realizar las actividades básicas de la vida diaria, y las actividades instrumentales: aseo, limpieza del domicilio, comprar en el supermercado, organiziar el dinero.
  • Necesidad de apoyo económico para garantizar unas condiciones dignas de vida fuera del hospital.
  • Necesidad de asistencia psiquiátrica y judicial por realizar acciones poco apropiadas para la sociedad actual.
Cuando una persona cumple estos tres criterios: el diagnóstico de enfermedad, el fracaso del tratamiento y la presencia de discapacidad, su psiquiatra o profesional de referencia propone al paciente para el ingreso en una unidad de larga estancia, unidad residencial rehabilitadora u hospital psiquiátrico (son los diferentes nombres que se les da). Para ello se aporta información de todos los profesionales implicados responsables, principalmente el psiquiatra y el trabajador social, además de información facilitada por terapeutas ocupacionales, psicólogos, enfermeros u otros profesionales que hayan trabajado con el paciente. El caso pasa generalmente a una comisión de TMG que valora el ingreso o no, y lo prioritario que es (valorando ambiente socio-familiar, estado clínico actual...)

El paciente ingresa en el hospital psiquiátrico y su día a día.

Una vez ingresado, el paciente es recibido por todos los profesionales que componen el equipo, que se encargarán de diferentes aspectos del tratamiento. Los primeros días pueden resultar duros, pues no conocen el centro, ni a las personas que pululan por él. Muchos pueden haber ido de manera involuntaria, lo cual dificulta ese primer contacto con el centro.

La persona conoce esos primeros días su habitación, a sus compañeros de habitación, a los compañeros de comedor, los horarios generales de aseo, comidas y actividades. Esos primeros días se reunirá de manera individual con diferentes profesionales, por lo que poco a poco empezará a participar en las actividades de terapia ocupacional y de psiquiatría. 

Todas las unidades tanto de media estancia como de larga estancia tienen un horario fijo para aseo, comidas y actividades, que nunca rellena todo el día del paciente. Puede parecer tedioso, pero la estructuración del día facilita mucho la adquisición de hábitos saludables y son un paso importante para la autonomía.

Las personas que están ingresadas en una unidad de larga estancia pueden salir del centro a pasear, a algunas actividades culturales y deportivas, o simplemente a tomar un café. Estas salidas son autorizadas generalmente por el psiquiatra en coordinación con el resto del equipo, que pueden ser los que hayan propuesto la actividad o salidas autónomas propuestas por el propio paciente. Esto sorprende mucho a mi entorno cuando lo cuento, pero es que no hay que olvidar que se trata de un centro rehabilitador, no de una cárcel, y el objetivo es ayudar a llevar una vida lo más integrada en la sociedad.

El equipo multidisciplinar

Los centros actuales se basan en un trabajo multidisciplinar, para poder trabajar en todas las carencias que tiene el paciente. 

Expondré como se dividen las principales tareas en el centro en el que estoy:
  • Psiquiatra.
    • Revisión del diagnóstico y tratamiento.
    • Ajustes de medicación.
    • Terapia individual y grupal.
    • Grupos de psicoeducación.
  • Enfermera.
    • Cuidados de enfermería.
    • Coordinación con auxiliares de enfermería.
    • Coordinación con cocina.
    • Administración de medicación. 
  • Terapeuta ocupacional.
    • Evaluación y rehabilitación de actividades básicas e instrumentales de la vida diaria. (Tareas que comprende desde el aseo a cocinar y organizar sus finanzas).
    • Programas de ocio y deportivos.
  • Trabajador social.
    •  Estudio y valoración social del paciente: entorno social, familiar y personal.
    • Valoración de la solicitud de grado de dependencia o de discapacidad.
    • Coordinación con otros recursos socio-sanitarios de cara al alta.
  • Médico. 
    • Diagnóstico y tratamiento de enfermedades orgánicas.
    • Derivación a especialistas si existe una patología que no pueda ser tratada o diagnosticada en el centro.
  • Psicólogo clínico. 
    • Psicoterapia individual o grupal.
    • Evaluaciones neuropsicológicas. 
  • Auxiliar de enfermería.
    • Asistencia directa a los pacientes para la realización de actividades básicas como el aseo o la alimentación.
    • Observación del paciente, pudiendo avisar a otros profesionales de posibles empeoramientos o informar de cómo se maneja en determinadas situaciones. 

Mejorar o no mejorar esa es la cuestión

Hay muchas personas que a pesar de todo este trabajo no tendrán unos resultados de mejoría que puedan permitirles llevar una vida más autónoma. Muchos son resistentes a los tratamientos y presentan unas alteraciones conductuales que dificultan mucho su relación normal con la comunidad. La vida en estos centros asegura una calidad de vida buena, digna y con un tratamiento integral de sus problemas de salud. Se les ofrece actividades para disfrutar de su día a día en la medida de sus posibilidades.

Otras personas mejoran mucho, vuelven a se capaces de ser autónomos en su propio cuidado, con o sin supervisión. Esas personas podrán volver a su comunidad de origen y llevar una vida "normal" (¡qué es lo normal!). Necesitarán la mayoría de ellas un apoyo en forma de pisos tutelados y miniresidencias, pero la falta de recursos hace que esta salida pueda demorarse en el tiempo. ¡¡Invertamos en salud mental!!

Hay personas, aunque son las menos, que vuelven al mundo laboral. Muchas más entablecen relaciones estables con parejas, que les dan un apoyo muy importante. Muchos mejoran la relación con su familia, con la que vuelven a tener contacto, a hacer cosas juntos, a disfrutar compartiendo tiempo juntos.

Para terminar una canción de Víctor Manuel sobre una parjea que se conocieron siendo internos de un centro de personas con discapacidad intelectual, se enamoraron y consiguieron tener una vida autónoma.

miércoles, 6 de marzo de 2019

El error de la proposición de ley de Unidos Podemos para salud mental


Hace unos días Unidos Podemos publicó una proposición de ley de salud mental que muchos hemos conocido por algunos titulares de diarios médicos. Como siempre ocurre con la prensa, se ha centrado en los puntos más polémicos y no nos ha dado una visión global de lo que puede aportar la proposición, por lo que me he adentrado en su lectura. (Aquí enlace al texto completo)

Iba a comentar artículo por artículo la ley, pero se volvía algo infumable, así que he decidido ser práctica e ir a sus aciertos y desaciertos.

El texto en general me ha parecido flojo, hecho por personas que desconocen gran parte de la psiquiatría y elaborado con rapidez. La mayor parte del texto se dedica a recopilar derechos fundamentales de todos los pacientes, a los cuales tienen derecho toda persona sin importar si tienen una enfermedad mental u otro tipo de afección. Son el derecho a la información, al consentimiento informado, a la buena práctica clínica, a la autonomía, a la intimidad y a no ser discriminados por ningún tipo de motivo. Para hacer una ley específica de Salud Mental hay que centrarse más en las carencias que en lo que ya está aprobado y pasan muy de puntillas por esos puntos.

También pienso que el texto es una crítica injustificada al modelo médico de la psiquiatría, que es parte fundamental en el tratamiento de muchas personas con enfermedad mental y que ha mejorado mucho su calidad de vida; sin olvidar que se complementa de otras terapias y otros enfoques. 

Propuestas de la ley favorables y a tener en cuenta:
  1. Creación de programas específicos de salud mental (artículo 3) para la prevención, promoción  y atención, algo que no está legislado de manera específica, ya que no exixte un plan nacional para absolutamente nada relacionado con la salud mental. 
    • Plan de prevención del suicidio (artículos 31 a 34). Si en algo coincidimos los psiquiatras es que hace falta abordar mejor este tema, lástima que no haya un "plan" en la ley, sino que se enfoca a la recopilación de datos (que ya se hace) y a la formación de colectivos.
    •  Lucha contra el estigma. Fundamental.
  2. Defensor del pacente (artículo 27): La figura de una persona que vele por los derechos de los pacientes en salud mental siempre es bienvenida, lo que sucede es que está planteado como una figura política sin formación previa en salud mental. Me parece que un defensor para toda una comunidad es una figura muy poco práctica, más aún si no tiene asignadas funciones cruciales como acudir a las comisiones judiciales que visitan a los pacientes en los hospitales cuando se realizan los internamientos involuntarios.
  3. Iguladad en el acceso a las prestaciones y servicios (artículo 4), algo imposible de realiar actualmente con la sanidad dividida por autonomías. Las comunidades más ricas disponene de muchos más dispositivos y unidades que las más pobres, además de servicios más específicos. El acceso a los mismos está restringido, sin importar lo mucho que se pudiera beneficiar una persona que viva en una comunidad autónoma diferente a donde se encuentra el recurso público. Si esta ley sirve para que no haya este tipo de discriminación en el ámbito nacional, me parece muy acertado.
    También quisiera añadir que la igualdad en el acceso a prestaciones y servicios interviene mucho la lucha contra el estigma, porque es frecuente que las personas con una enfermedad mental sean peor atendidas en otras especialidades sanitarias, pudiendo retrasar diagnósticos orgánicos que pongan en peligro su vida. (Médic@s y enfermer@s, no discrimineis al paciente con enfermedad mental)
  4. Derecho al uso de estrategias de decisión anticipadas me parece muy interesante y a potenciar (artículo 15). Muchas personas con enfermedad mental no están incapacitadas legalmente pues, a pesar de la cronicidad de su enfermedad, en los periodos libres de enfermedad están capacitados para la buena toma de decisiones personales y médicas. Plantear en estos periodos qué tratamientos y actuaciones se desean para que se tomen en aquellos momentos que la enfermedad no les permita el autogobierno, es algo muy importante. Se pueden elegir cuestiones sobre que tipo de fármacos se deben de usar, la autorización para recibir TEC... Continúa el artículo 16 con la elección de personas referentes, que en caso de incapacidad temporal transitoria, pueda tomar elecciones por él al estar informada de los deseos y forma de pensar del individuo afecto. No sería la jerarquía establecida de pareja, padres, hijos... establecida por ley, que en muchas ocasiones puede intervenir un familiar en conflicto con el paciente. 
 Propuestas de la ley que son un error:
  1. Prohibir el uso de TEC y restringir el uso de neurolépticos (artículo 17). El TEC es una técnica segura, que empleada correctamente y en determinados casos puede ayudar a la mejoría del paciente. Lo mismo ocurren con los neurolépticos, su uso debe realizarse según ficha técnica. Preocupa mucho que una ley se centre en limitar tratamientos que han demostrado su eficacia y no trate en ningún punto en la multitud de pseudoterapias que abundan en el mundo de la salud mental. (Antipsicóticos sí, pero no son la panacea)
  2. Comparar la contención mecánica con una técnica de tortura (artículo 21 y 25). Muy a nuestro pesar, en algunas ocasiones en que otro tipo de medidas han sido ineficaces es necesario contener al paciente para que no se haga daño a si mismo o a terceros. Esta contención debe realizarse con máxima garantía de seguridad para el paciente y siempre cesarla en el momento que haya pasado el peligro. La prohibición total de la contención es un objetivo irreal y peligroso, pues pone en peligro al personal sanitario. (
  3.  Prohibir el internamiento involuntario (artículo 26). En este punto se observa la clara ignorancia de las leyes actuales para la protección de los pacientes incapaces. Hay varios supuestos en los que el psiquiatra ha de advertir al juez (LEC art. 763) de que va ha realizar un ingreso en contra de la voluntad del paciente (cierto es que se ha declarado inconstitucional y está pendiente de revisión aunque sigue en vigencia).
    •  Paciente capaz que debido a afección psiquica no puede de manera transitoria dar su consentimiento.
    • Paciente incapaz que va a ser ingresado o institucionalizado.
     
    Es difícil hacer una ley que prevenga el suicidio si no se contempla la posibilidad de realizar ingresos involuntarios a pacientes en fase aguda con psicosis, cuya ruptura con la realidad en esos momentos dificulta la toma de buenas decisiones y tienen mucho riesgo de tener una conducta suicida. También es dificil evitar que el paciente se autolesione, llegando incluso a poner su vida en riesgo, si no se le contiene físicamente durante los periodos en que está más descompensado y agitado. También es difícil prevenir el suicidio si no se puede potenciar el tratamiento de un paciente depresivo con TEC o con antipsicóticos cuando otros tratamientos son ineficaces.
Una ley nunca debe de prohibir un tratamiento con eficacia demostrada, cuyo beneficio supera a los riesgos, pautado por un médico especialista en la materia.
     Los que han redactado la ley, como muchos compañeros míos comparten, nunca han estado en urgencias hospitalarias recibiendo a personas con gran agitación, no han tenido que tomar la desagradable decisión de contenerlos físicamente. No han visto a pacientes golpeándose con la cabeza contra la pared. No han escuchado a pacientes asustados y angustiados por las voces que oyen.
Grandes carencias de la propuesta de ley:
  1. Aumentar el número de psiquiatras y psicólogos clínicos, para disminuir las listas de espera y poder hacer un programa real de prevención del suicidio. También esta medida evitará la medicalización de muchos problemas y un mejor ajuste de los  psicofármacos, evitando efectos secundarios indeseados.
  2. Dotar por ley a las unidades de psiquiatría de personal suficiente y cualificado para evitar contenciones mecánicas. Es necesario que se disponga de más auxiliares, enfermeras especialistas, terapeutas ocupacionales..... Hablo de ENFERMERAS ESPECIALISTAS EN SALUD MENTAL. Una buena distribución del tiempo y sus actividades en las unidades psiquiátricas evita el aburrimiento, que pese a lo mal que suena, es caldo de cultivo de inestabilidad y de conductas poco saludables como el consumo de tabaco, el sedentearismo y ls conflictos interpersonales.
  3.  Regular el TRATAMIENTO INVOLUNTARIO AMBULATORIO, para poder evitar el ingreso en unidades de agudos de muchos pacientes que por la falta de conciencia de enfermedad no toman regularmente su tratamiento, pero cuando lo hacen de manera continua se mantienen mucho más estables y la gravedad de sus recaídas es mucho menor. El tratamiento involuntario ambulatorio también permite a la persona mantenerse en su área y sin necesidad de traslado a otros recursos lejanos al domicilio.
  4. Implementar por ley los recursos en los dispositivos residenciales: pisos tutelados, miniresidencias, unidades de media estancia y larga estancia. No todo los paciente pueden llevar una vida autónoma a pesar de las diferentes terapias y necesitan diferente supervisión para poder llevar a cabo las diferentes actividades básicas de la vida diaria. Dotar de medios no solo son infraestructuras, es dotar de personal cualificado para entrenar todas las habilidades psicosociales como llevar las tareas del hogar, relacionarse en ambientes normalizados, tener empleos protegidos, ofrecer ocio saludable y potenciar la actividad física. Para ello necesitamos de TERAPEUTAS OCUPACIONALES, TRABAJADORES SOCIALES, FISIOTERAPEUTAS. Ya está bien de amontonar pacientes en centros que no son adecuados a su grado funcional y a no darles buenas salidas cuando ha mejorado en su proceso terapéutico.
Podeis hacer leyes happyflowers y ponerle muchas pegatina de unicornis de colores, pero es no es lo que necesita la gente con una enfermedad mental grave. Necesitamos leyes que proteja de verdad, que piensen también en los aspectos malos de la enfermedad mental: el descontrol, la falta de autogobierno, la dependencia, la discapacidad para trabajar en puestos no adaptados, la violencia en el domicilio del paciente descompensado, la necesidad de evitar actos violentos, el suicidio y otras cosas que justifican que la enfermedad mental es la primera causa de muerte violenta en nuestro país y la primera causa de incapacidad laboral.

Como persona votante de la izquierda, ¡ofrecedme leyes de verdad!

domingo, 24 de febrero de 2019

A mi me gustan las clasificaciones diagnósticas

A mí me gustan las clasificaciones diagnósticas en psiquiatría, es decir, esos intentos del imperfecto ser humano por categorizar los comportamientos y sus alteraciones como sanos o no.


Emil Kraepelin
La psiquiatría tal como la entendemos nació en el siglo XIX. Previamente las enfermedades mentales eran interpretadas baja la perspectiva religiosa como obra de Dios o del demonio, fruto del pecado, el vicio o una maldición. Tendría que llegar Johann Cristian Reil a definir la enfermedad mental como un problema médico y no filosófico, con una explicación más científica que la de los cuatro humores. Décadas más tarde, Kraepelin comenzaría a realizar la primera clasificación diagnóstica sistemática seria. Actualmente existen multitud de clasificaciones, pero las más aceptadas a nivel internacional son el DSM 5 (de la Asociación Americana de Psiquiatría) y el CIE 10 (de la OMS).



A día de hoy las enfermedades mentales se diagnostican por unos criterios clínicos que determinan que tipo de síntomas y conductas son anómalos y hacen que la persona que los presenta tenga problemas en los ámbitos familiar, social y/o laboral. Aquí surge la primera crítica ¿quién tiene el poder de decidir que es y que no es patológico? No disponemos de marcadores biológicos en psiquiatría (pruebas que demuestren alteraciones orgánicas como análisis de sangre o pruebas de imagen) que nos ayuden al diagnóstico. Aunque esto no es del todo cierto, muchas enfermedades que comenzaron a ser tratadas por los psiquiatras han pasado al campo de la neurología y otras ramas de la medicina, a medida que se han encontrado estos marcadores e incluso tratamientos eficaces. Esto ha ocurrido con la epilepsia, las encefalitis, algunas enfermedades infecciosas como la sífilis o metabólicas como el hipotiroidismo. 

Por supuesto, limitar la enfermedad mental a una entidad puramente biológica sería un error enorme. La enfermedad mental es consecuencia también de muchos factores sociales y económicos que influyen en la vida de la persona. La pobreza, la exclusión, la violencia o el maltrato infantil son factores de riesgo muy importantes para desarrollar a corto o largo plazo una enfermedad mental. Alcanzar una sociedad más justa, en la que se garanticen los derechos fundamentales a todas las personas, sería una estrategia muy eficaz para evitar que muchas personas desarrollen una enfermedad mental. Tampoco habría que caer en el error de catalogar los problemas de la vida diaria y el malestar que producen como enfermedad. Una crítica al DSM y al CIE es que no tienen encuenta estos factores, pero eso no es cierto, hay una parte final en que se "clasifican" estas dificultades sociales solo que normalmente los clínicos no lo incluimos en el diagnótico.

Entonces... ¿Dónde poner los límites de lo que es una reacción adaptativa normal de lo que es ya patológico? La respuesta no es sencilla y nunca convencerá a todos.

Hay quienes opinan que no existen las enfermedades mentales, que son problemas psicológicos debidos al entorno o a características intrínsecas del sujeto. En mi opinión, creo que como mucho se puede usar ese término para enfermedades mentales de menor gravedad o a trastornos de la personalidad. Porque cuando hablamos de trastorno mental grave hay una base orgánica importante, es decir, hay fallos a nivel cerebral, bien sea por problemas en la sinapsis y sus neurotransmisores, bien por la configuración de los circuitos neuronales o fallos estructurales a mayor escala. Cierto es que aún no conocemos bien las bases fisiológicas y anatómicas de las enfermedades mentales, pero la respuesta a fármacos, la multitud de similitudes con enfermedades neurológicas mejor estudiadas y las alteraciones del neurodesarrollo demuestran la base biológica de las enfermedades mentales.

Ahora el problema es ¿cómo damos validez a un sistema diagnóstico en la que la mayoría de ítems son subjetivos para el médico y el paciente?, ¿cómo damos por válido el diagnóstico de una enfermedad cuyo origen puede deberse a múltiples factores y seguramente no se trate de la misma enfermedad, sino a un conjunto de alteraciones que desembocan en un trastorno con similares síntomas?

El número de diagnósticos va en aumento con cada nueva edición.
Debemos dar por válidos los diagnósticos sabiendo bien sus limitaciones. Por ejemplo, la esquizofrenia se describe como la presencia durante un mes de dos o más de los siguientes síntomas: alucinaciones, ideas delirantes, discurso desorganizado, comportamiento desorganizado y síntomas negativos. ¿Por qué hay gente que solo tiene un episodio en su vida y sin seguir tratamiento no vuelve a presentar síntomas? ¿Por qué otros a pesar del tratamiento mantendrán crónicamente los síntomas? ¿Por qué otros al dejar la medicación será cuando tengan una recaída? La respuesta seguramente sea que son distintas afecciones con similar sintomatología, por ello hay que profundizar en la biología de la enfermedad mental para hacer tratamientos farmacológicos más adecuados.

Pero si no hubiera un consenso universal sobre lo que entendemos por esquizofrenia, no podríamos aunar los esfuerzos clínicos e investigadores para dar respuestas a estas preguntas, pues ya bastante limitados estamos con los sistemas de clasificación de la enfermedad mental como para que no usáramos nada y cada cual propusiera unos criterios para sus pacientes. Gracias a nuestros imperfectos manuales diagnósticos sabemos síntomas comparten personas diagnosticadas de trastorno bipolar tipo I en Suecia, España o China, podemos intuir que muchos de ellos compartirán un origen en la enfermedad bien sea genético o ambiental. 

También hay que entender y exigir que se vayan actualizando los manuales diagnósticos, que conductas que en el pasado se consideraban patológicas según la sociedad de la época en la actualidad no tengan cabida. Que a medida que se descubren causas biológicas concretas se vayan designando nuevas entidades. Eso hace que aumenten el número de diagnósticos de una edición a otra, pero también debe hacernos que nos planteemos si estamos psiquiatrizando problemas de la vida que no son enfermedades en realidad. 

La clasificación es importante también en lo médico-legal, porque la enfermedad, los síntomas que producen limitaciones a una persona, deben de ser clasificados de algún modo para que la persona se beneficie de cuidados y medidas específicas que garanticen sus derechos fundamentales. Ayudará a poder solicitar una discapacidad, justificar una baja laboral o a recibir una pensión en el caso de que la persona no pueda trabajar.  

En psiquiatría y psicología abundan los diagnósticos con nombre propio o rimbombante que quedan fuera de los sistemas de clasificación internacional, muchos de ellos inventados por los medios o por profesionales particulares, que tienen mucha aceptación entre el público general pero poca evidencia seria. También muchos de estos diagnósticos se pueden incluir de forma más objetiva en los criterios diagnósticos ya consensuados en los manuales internacionales. Ejemplo de "diagnóstico mediático" es el síndrome post-vacacional y de "diagnóstico con nombre propio" el síndrome de Cotard que es una idea delirante.

Por último, los sistemas de clasificación diagnóstica lo que hacen es agrupar y clasificar síntomas y problemas que presenta una persona que dificultan su día a día, que no es lo mismo que clasificar personas. La persona es mucho más que esos síntomas, también tiene otros rasgos y cualidades positivas que no son valorados por estos sistemas de clasificación, que solo se centran en la carencia o lo negativo. La enfermedad mental es una parte pero no el todo de una persona, le podrá limitar en algunos aspectos pero hay otros muchos que hay que potenciar. Tener una enfermedad mental no es sinónimo de que todo lo que haga, opine o exprese una persona esté enfermo o mal. Lo único que indica el diagnóstico es que en determinadas parcelas la persona necesitará ayuda de manera temporal o permanente.

Y no olvidar la utilidad para muchos pacientes y su familia de poner un "nombre" a lo que les ocurre, que les ayude a aceptar lo que les ocurre y puedan asimilar y buscar una ayuda adecuada, bien sea a nivel social, médico o psicológico.

Clasifiquemos síntomas, no personas.