A mí me gustan las clasificaciones diagnósticas en psiquiatría, es decir,
esos intentos del imperfecto ser humano por categorizar los comportamientos y
sus alteraciones como sanos o no.
Emil Kraepelin |
La psiquiatría tal como la entendemos nació en el siglo XIX. Previamente las
enfermedades mentales eran interpretadas baja la perspectiva religiosa como
obra de Dios o del demonio, fruto del pecado, el vicio o una maldición. Tendría
que llegar Johann Cristian Reil a definir la enfermedad mental como un problema
médico y no filosófico, con una explicación más científica que la de los cuatro
humores. Décadas más tarde, Kraepelin comenzaría a realizar la primera
clasificación diagnóstica sistemática seria. Actualmente existen multitud de
clasificaciones, pero las más aceptadas a nivel internacional son el DSM 5 (de
la Asociación Americana de Psiquiatría) y el CIE 10 (de la OMS).
A día de hoy las enfermedades mentales se diagnostican por unos criterios
clínicos que determinan que tipo de síntomas y conductas son anómalos y hacen
que la persona que los presenta tenga problemas en los ámbitos familiar, social
y/o laboral. Aquí surge la primera crítica ¿quién tiene el poder de decidir que es y que no es patológico? No disponemos de marcadores biológicos en psiquiatría (pruebas que
demuestren alteraciones orgánicas como análisis de sangre o pruebas de imagen)
que nos ayuden al diagnóstico. Aunque esto no es del todo cierto, muchas
enfermedades que comenzaron a ser tratadas por los psiquiatras han pasado al
campo de la neurología y otras ramas de la medicina, a medida que se han
encontrado estos marcadores e incluso tratamientos eficaces. Esto ha ocurrido
con la epilepsia, las encefalitis, algunas enfermedades infecciosas como la
sífilis o metabólicas como el hipotiroidismo.
Por supuesto, limitar la enfermedad mental a una entidad puramente biológica
sería un error enorme. La enfermedad mental es consecuencia también de muchos
factores sociales y económicos que influyen en la vida de la persona. La
pobreza, la exclusión, la violencia o el maltrato infantil son factores de
riesgo muy importantes para desarrollar a corto o largo plazo una enfermedad
mental. Alcanzar una sociedad más justa, en la que se garanticen los derechos
fundamentales a todas las personas, sería una estrategia muy eficaz para evitar
que muchas personas desarrollen una enfermedad mental. Tampoco habría que caer
en el error de catalogar los problemas de la vida diaria y el malestar que
producen como enfermedad. Una crítica al DSM y al CIE es que no tienen encuenta estos factores, pero eso no es cierto, hay una parte final en que se "clasifican" estas dificultades sociales solo que normalmente los clínicos no lo incluimos en el diagnótico.
Entonces... ¿Dónde poner los límites de lo que es una reacción adaptativa
normal de lo que es ya patológico? La respuesta no es sencilla y nunca
convencerá a todos.
Hay quienes opinan que no existen las enfermedades mentales, que son
problemas psicológicos debidos al entorno o a características intrínsecas del
sujeto. En mi opinión, creo que como mucho se puede usar ese término para
enfermedades mentales de menor gravedad o a trastornos de la personalidad.
Porque cuando hablamos de trastorno mental grave hay una base orgánica
importante, es decir, hay fallos a nivel cerebral, bien sea por problemas en la
sinapsis y sus neurotransmisores, bien por la configuración de los circuitos
neuronales o fallos estructurales a mayor escala. Cierto es que aún no
conocemos bien las bases fisiológicas y anatómicas de las enfermedades
mentales, pero la respuesta a fármacos, la multitud de similitudes con
enfermedades neurológicas mejor estudiadas y las alteraciones del
neurodesarrollo demuestran la base biológica de las enfermedades mentales.
Ahora el problema es ¿cómo damos validez a un sistema diagnóstico en la que
la mayoría de ítems son subjetivos para el médico y el paciente?, ¿cómo damos
por válido el diagnóstico de una enfermedad cuyo origen puede deberse a
múltiples factores y seguramente no se trate de la misma enfermedad, sino a un
conjunto de alteraciones que desembocan en un trastorno con similares síntomas?
El número de diagnósticos va en aumento con cada nueva edición. |
Debemos dar por válidos los diagnósticos sabiendo bien sus limitaciones. Por
ejemplo, la esquizofrenia se describe como la presencia durante un mes de dos o
más de los siguientes síntomas: alucinaciones, ideas delirantes, discurso
desorganizado, comportamiento desorganizado y síntomas negativos. ¿Por qué hay
gente que solo tiene un episodio en su vida y sin seguir tratamiento no vuelve
a presentar síntomas? ¿Por qué otros a pesar del tratamiento mantendrán
crónicamente los síntomas? ¿Por qué otros al dejar la medicación será cuando
tengan una recaída? La respuesta seguramente sea que son distintas afecciones
con similar sintomatología, por ello hay que profundizar en la biología de la enfermedad
mental para hacer tratamientos farmacológicos más adecuados.
Pero si no hubiera un consenso universal sobre lo que entendemos por
esquizofrenia, no podríamos aunar los esfuerzos clínicos e investigadores para
dar respuestas a estas preguntas, pues ya bastante limitados estamos con los
sistemas de clasificación de la enfermedad mental como para que no usáramos
nada y cada cual propusiera unos criterios para sus pacientes. Gracias a
nuestros imperfectos manuales diagnósticos sabemos síntomas comparten personas
diagnosticadas de trastorno bipolar tipo I en Suecia, España o China, podemos
intuir que muchos de ellos compartirán un origen en la enfermedad bien sea
genético o ambiental.
También hay que entender y exigir que se vayan actualizando los manuales
diagnósticos, que conductas que en el pasado se consideraban patológicas según
la sociedad de la época en la actualidad no tengan cabida. Que a medida que se
descubren causas biológicas concretas se vayan designando nuevas entidades. Eso hace que aumenten el número de diagnósticos de una edición a otra, pero también debe hacernos que nos planteemos si estamos psiquiatrizando problemas de la vida que no son enfermedades en realidad.
La
clasificación es importante también en lo médico-legal, porque la enfermedad,
los síntomas que producen limitaciones a una persona, deben de ser clasificados
de algún modo para que la persona se beneficie de cuidados y medidas
específicas que garanticen sus derechos fundamentales. Ayudará a poder solicitar
una discapacidad, justificar una baja laboral o a recibir una pensión en el
caso de que la persona no pueda trabajar.
En psiquiatría y psicología abundan los diagnósticos con nombre propio o rimbombante
que quedan fuera de los sistemas de clasificación internacional, muchos de
ellos inventados por los medios o por profesionales particulares, que tienen
mucha aceptación entre el público general pero poca evidencia seria. También
muchos de estos diagnósticos se pueden incluir de forma más objetiva en los
criterios diagnósticos ya consensuados en los manuales internacionales. Ejemplo
de "diagnóstico mediático" es el síndrome post-vacacional y de
"diagnóstico con nombre propio" el síndrome de Cotard que es una idea
delirante.
Por último, los sistemas de clasificación diagnóstica lo que hacen es
agrupar y clasificar síntomas y problemas que presenta una persona que
dificultan su día a día, que no es lo mismo que clasificar personas. La persona
es mucho más que esos síntomas, también tiene otros rasgos y cualidades positivas
que no son valorados por estos sistemas de clasificación, que solo se centran
en la carencia o lo negativo. La enfermedad mental es una parte pero no el todo
de una persona, le podrá limitar en algunos aspectos pero hay otros muchos que
hay que potenciar. Tener una enfermedad mental no es sinónimo de que todo lo
que haga, opine o exprese una persona esté enfermo o mal. Lo único que indica
el diagnóstico es que en determinadas parcelas la persona necesitará ayuda de
manera temporal o permanente.
Y no olvidar la utilidad para muchos pacientes y su familia de poner un "nombre" a lo que les ocurre, que les ayude a aceptar lo que les ocurre y puedan asimilar y buscar una ayuda adecuada, bien sea a nivel social, médico o psicológico.
Y no olvidar la utilidad para muchos pacientes y su familia de poner un "nombre" a lo que les ocurre, que les ayude a aceptar lo que les ocurre y puedan asimilar y buscar una ayuda adecuada, bien sea a nivel social, médico o psicológico.
Clasifiquemos
síntomas, no personas.
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