La pseudociencia no es nada nuevo, ha acompañado al hombre desde que éste decidió buscar remedios con intención de poder controlar la naturaleza para mejorar su salud. Durante milenios diferentes figuras sociales se han encargado de luchar por la salud de sus iguales, desde antiguos chamanes, pasando por curanderos hasta llegar a médicos y cirujanos. Intentaban comprender la naturaleza humana, dando explicaciones plausibles a nuestra composición corporal o el origen de diversas patologías. La mayoría de remedios no eran efectivos, aunque poco a poco algunos fueron demostrando con el método de acierto y error de su utilidad. Se fue moldeando el método científico, como aval para demostrar la utilidad o no de diferentes terapias hasta su pleno desarrollo en los últimos siglos.
La medicina moderna se basa en un conjunto de técnicas y tratamientos que han demostrado su eficacia de manera objetiva, describiéndose los límites, los efectos beneficiosos y adversos de cada uno. Los tratamientos actuales han tenido que demostrar ser superiores al efecto placebo y se han medido de manera objetiva diferentes parámetros biofísicos que han constatado el efecto beneficioso.
Evidentemente aún la ciencia no ha encontrado remedio para todo aquello que altera nuestra salud, aquí es donde muchos aprovechan para jugar con los deseos de curación del enfermo y ofrecen terapias pseudocientíficas, sin ningún tipo de aval científico y que no solo son inefectivas, sino que pueden ser dañinas para la salud. Como personas tenemos la necesidad de encontrar una respuesta o una solución para aquello que nos preocupa, más aún si se trata de restablecer nuestra salud, esto genera que cada persona tenga un conjunto de creencias propias, tanto en aspectos religiosos, místicos o supersticiosos. Son respetables las creencias individuales de cada uno, pero inadmisible que un profesional de la salud imponga su sistema de creencias al paciente que acude a él confiando en su titulación y experiencia. Por otro lado también es inadmisible es que se venda como ciencia aquello que no lo es, que se sigan ofertando como válidos remedios antiguos o modernos que de manera científica se ha demostrado su ineficacia y, lo peor de todo, que se invalide la opinión de los auténticos profesionales de la salud, su saber y su formación.
Profesionales y pacientes tenemos la obligación de ser críticos con la información que recibimos y no dejarnos embaucar cuando la ciencia aún no ha hallado la solución a nuestros problemas.
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