La
sordera (o hipoacusia) es una discapacidad en la que se ve mermada la audición
del individuo y que llega a afectar a casi un millón de personas en nuestro
país. Cinco de cada mil niños nacerán con una alteración auditiva y de esos
cinco uno nacerá con una sordera severa o profunda; hasta un 60% de las
sorderas tienen un origen genético (1). Diferentes enfermedades, accidentes y
estilos de vida harán que vayan aumentando los nuevos casos de hipoacusia;
mientras más tarde aparezca y más leve sea, más posibilidades de integración
tendrá el individuo que la sufre.
Los
oyentes tendemos a pensar en los sordos como si se tratara de un grupo
homogéneo sin distinguir las grandes diferencias que existen entre unos y
otros. Tratamos a todos los sordos como si fuera imposible cualquier tipo de
comunicación con ellos, o llegamos a pensar de algunos “que oyen cuando
quieren”. Es importante conocer diferentes características sobre la hipoacusia
para comprender a aquellas personas sordas con las que interactuemos y, en
especial en este artículo, con aquellos que vayan a recibir una valoración
psiquiátrica.
- Sordos prelocutivos o prelingüisticos: son aquellos que perdieron la audición antes de adquirir la conciencia del sonido y el desarrollo articulatorio mínimo. La mayoría de estos casos se deben a hipoacusias congénitas.
- Sordos postlocutivos o poslingüisticos: aquellos casos en que la pérdida de audición se produjo tras la adquisición básica de la conciencia del sonido y la articulación mínima del lenguaje.
Es
una separación burda, pues en ambos casos habría que analizar el grado de
déficit, que varía de entre leve (20-40 dB), moderada (40-70 dB), severa (70-90
dB) y profunda (>90 dB). Hay que tener en cuenta que las hipoacusias leves y
moderadas pueden beneficiarse del uso de audífonos (tanto en niños como en
adultos) e implantes cocleares, por lo que en los últimos años muchos de estos
casos han conseguido una integración más sencilla a pesar de su déficit auditivo,
al poder adquirir con mayor normalidad el lenguaje oral, predominante en
nuestra sociedad.
La
mayor dificultad radica en aquellas personas que perdieron la audición de forma
grave o profunda antes de adquirir el lenguaje. Una sordera profunda es mucho
más incapacitante que una ceguera en edades tempranas. Si no reciben desde la
infancia una educación y estimulación precoces se corre el riesgo de se asocie
a un déficit intelectual. Pero ojo, no se deben confundir ciertos sonidos guturales
de estar personas con una asociación a un déficit intelectual o a problemas de
conducta. Tampoco se debe de pensar que son “sordomudos”, por no haber
aprendido el lenguaje oral, ese es un concepto antiguo y equívoco. El sordo
profundo no presenta ninguna disposición a la adquisición del lenguaje oral,
por lo que puede ser una tarea muy complicada y prolongada en el tiempo. Podríamos
extendernos en las amplísimas particularidades de la comunidad sorda, pero para
eso os dejo enlaces a dos muy buenos artículos.
El segundo punto a destacar
sobre la hipoacusia para comprender las alucinaciones en estos pacientes es el
lenguaje de signos. Todos los niños, sordos o no, inician un lenguaje de señas
previo al lenguaje propiamente dicho; es una manera fácil de comunicarse con
sus padres. El desarrollo de la gramática de lengua de signos se produce a la
misma edad que la adquisición de la gramática del habla, con la diferencia que
la cantidad de “palabras” o “conceptos” es inferior en niños sordos, que con 5
años conocen unas 50-60 palabras mientras que un niño oyente domina unas 3000.
Con el tiempo el niño aprenderá una lengua completa con la que poder expresarse
por completo, pero lo que no puede pretender el oyente es que la lengua de
signos tenga una traducción literal al lenguaje verbal. Es más, en algunos conceptos
se podrán expresar de manera más precisa que una persona con lenguaje verbal.
Pero un sordo profundo de nacimiento no podrá comprender ciertos conceptos como el
sonido, pues jamás lo habrá experimentado.
Si
una persona no llega a expresarse bien, no podrá pensar bien. Si no se educa a
un sordo en algún tipo de lenguaje según el grado de hipoacusia que tenga, no dispondrá
de todas las formas de reflexión que se estructuran desde el lenguaje. Indicará
acciones u objetos con gestos, pero sin poder profundizar. A través del
lenguaje aprendemos a expresar los afectos, las necesidades y los intereses,
teniendo una función social muy importante. El que no adquiere lenguaje ve
capada estas facetas de su vida.
Lo
más curioso de los sordos que utilizan desde la infancia el lenguaje de signos
es que a nivel neurológico, a pesar de ser un lenguaje “visual” utilizan las
mismas áreas del lenguaje que el oyente, por lo que más que áreas auditivas o del lenguaje
oral, son áreas lingüisticas. La
recepción de señales se hará en su área cortical correspondiente (en la zona
occipital lo visual y temporal lo auditivo), pero se ha demostrado que áreas que creíamos
puramente auditivas se reasignan para lo visual en individuos sordos que
utilizan lenguaje de signos. ¡El cerebro es pura plasticidad! Además la
competencia lingüística está codificada genéticamente y se desarrollará según
las necesidades del individuo.
Es un post muy muy interesante, al igual que su segunda parte. La verdad es que es algo que no me había planteado nunca -en parte también porque todos los pacientes sordos o casi sordos que he conocido son los típicos abuelitos que han perdido audición a lo largo de la vida y por ello sí saben lo que es una voz-, y esta entrada me ha hecho reflexionar. Seguiré investigando sobre el tema. ¡Muchas gracias por este post, es genial!
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